Querido Emilio:
Creo que, placer aparte, he conectado con tu Cantata: nombrar la infancia por sus frutos, substancias, rostros, fantasmas es volver a nuestra patria interior, fechar también nuestra vida para sentir el gasto que de ella hemos hecho. Cantas, en fin, tus pérdidas y, con ello, sin decirlo creas conciencia de estar en viaje hacia la muerte. Esta deducción «cuelga» de toda poesía, quizá, pero en la tuya, de modo recurrente.
En el orden formal el libro es eficaz y «gozable»; sin embargo, yo te invito a guardarlo un trimestre en el cajón, sin releerlo, y, después, a intentar reducir la frecuencia de los endecasílabos implicados en las series versiculares, aunque nunca en forma de amputación sistemática que deje huérfano de plasticidad rítmica al bloque. Se trata, únicamente de refrenar un recurso que, no siendo único es, sin embargo, demasiado evidente.
Se trata, en todo caso, de un reparo menor. «El que esté libre de pecado... ». Ya sabes ...
En fin, creo que has hecho un buen trabajo: convertir al placer poético un segmento de melancolía. Y de vida. Felicitaciones y abrazos.
ANTONIO
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