Como el rumor de un río hilvanando la mañana. Como las manos pálidas del cierzo que moldea las peñas y humaniza su escorzo de alarido. Así, Galmaz, sucede en nuestros días. Así se nos sumergen en el lago donde voraz aguarda tu garganta.
Detrás de cada guiño de la piel hay una espera erizada de murallas. Galope de caballos en las sienes y el gallo de la fiebre que anuncia días de fuego en las campanas.
Cruzamos este puente de cristales que nos lleva al territorio de los muertos. Escalera de todos los asombros. Se rasga la cortina y una espada rotura los estrados. Palidece el licor en nuestros ojos. Nuestras sendas son todas circulares.
Como papel pautado, el cielo todo alondras, se desgrana en una lluvia de notas ateridas. Doblamos los senderos y volvemos, tan lentos como siempre, tan delgados de voz, que las esquilas levantan catedrales en la niebla.
Algunos de los nuestros traspasaron el mar y volvieron a contarnos cómo un barco puede llevar en su interior muchas aldeas, con un cielo más cambiante y poblado por árboles eléctricos.
Y sin embargo aún somos este río que nadie ha conseguido domar. Este espinoso, gritador y cósmico torrente que ensaya cada hora su suicidio.
De los balcones mudos de la noche se desprende, Galmaz, este alarido. Hedor de hura y de geranios machacados, este será el perfume de nuestro desencanto.
Los pájaros nocturnos y el aullido de los perros describen el umbral donde se enconde la clave de tales desencuentros. Escrito en las estrellas está el viaje de todas las pisadas. Los rasgos acerados que nos gritan, están pintando ahora los trazos de esta orilla.
La noche se nos vuelve feroz y contorneada por un amplio cinturón de criaturas. Por dentro pasa un río, y una piel que lleva hasta nosotros los sonidos.
A veces los caminos crecen en espiral, y nuestros pasos repiten otros pasos. En la sombra nos medran los dedos como zarzas.
Estamos en el filo y escuchamos la vida trasvasarse en dos orillas, infinitamente contiguas y distantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario