miércoles, 7 de septiembre de 2011

VI


El mar es una historia que nos cuentan para encen­der el ansia de estar lejos. El mar tiene perfiles de per­sona que vive más allá de los asombros.

El tiempo nos lo esconde y nos lo aleja. Por eso nos colgamos de los riscos para rasgar la bruma y pregun­tamos cómo será su piel, su gesto de animal que nunca duerme.


Existen los pequeños paraísos. Allí crecen las plantas de la vida. Conocemos sus nombres, pero nunca nos hemos acercado a su perfume.

Lugares no accesibles que nombramos - la Huerta de Canietxas era uno - y tenemos señalados en el mapa de los sueños.

Por encima de los muros de la tarde, nos miran los rosales asombrados. Nos mira interrogante la hierba de la abeja, el té, la hierbabuena y el romero.

El arbusto de árnica vigila también nuestras heridas. Desde su tacto punzante y ardoroso nos cercan las orti­gas. La rama del xardón, si es femenina, proteje del gra­nizo y de los rayos.

Pero nos queda el mar como leyenda para contar de noche junto al fuego. Para enmarcar recuerdos y dejar­nos el ojo interrogante de lo mítico.

Ojo de mar se llaman las lagunas que se esconden en lugares impensados. Que cantan y prolongan sus lamen­tos para anunciamos el día de la tragedia.

El mar tiene su espacio en nuestros sueños. Lo vamos descubriendo entre fragmentos de historias repetidas hasta hacerlas apenas perceptibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario